viernes, 26 de febrero de 2010

Parábolas de Buda: "La casa incendiada"

La historia que el Buda cuenta es la parábola de la casa incendiada:

Erase una vez un gran anciano, un anciano muy rico que vivía en una gran mansión con sus muchos hijos y sus cientos de sirvientes. El relato no menciona esposas o madres, pero dice que el anciano tenía unos treinta hijos, de los cuales algunos eran aún bastante pequeños. La casa en que vivían había sido magnífica, pero ahora era ya vieja y destartalada. Los pilares estaban cayéndose, las ventanas rotas, los suelos pudriéndose y
las paredes desmoronándose. En los rincones y recovecos de esta casa destartalada acechaban toda clase de fantasmas y malos espíritus.
Un día, de pronto, se prendió fuego la casa. Por ser vieja estaba la madera muy seca y el fuego se propagaba con rapidez. Ocurrió que el viejo estaba a salvo, fuera de la casa cuando el fuego empezó, pero los niños estaban jugando dentro. Como eran demasiado jóvenes para darse cuenta de que estaban en peligro de morir ardiendo, continuaban jugando y no hacían nada por escapar.
El viejo, claro está, sintió mucho temor por sus hijos y se preguntaba de que forma podría salvarlos. En primer lugar, pensó sacarlos de la casa uno a uno, ya que él era fuerte y hábil, pero enseguida se dio cuenta de que sería imposible sacarlos a todos a tiempo. Entonces decidió que mejor sería llamarlos y les grito: ¡La casa arde! ¡Estáis en un peligro terrible! ¡Salid rápidamente! Pero los niños no tenían ni idea de a lo que se refería el padre al decir que había peligro. Ellos siguieron con sus juegos, corriendo de
allá para acá y mirando de cuando en cuando a su padre pero sin hacerle realmente caso. El viejo veía que no había tiempo que perder, la casa podía derrumbarse en cualquier momento. En plena desesperación se le ocurrió otro plan. Los engañaría para hacerles salir de la casa. Conocía bien a cada uno de sus hijos, los distintos tipos de juguetes que cada cual prefería. Así que les gritó: ¡Salid y ved los juguetes que os he traído! Hay todo tipo de carrozas. Las hay tiradas por gacelas, tiradas por cabras y tiradas por
novillos. Todas las tenéis aquí mismo, fuera de la verja de la casa. ¡Venid, mirad!
Aunque los niños se habían mostrado indiferentes a todas sus advertencias, esta vez sí que le escuchan. Salen todos corriendo y rodando, empujándose y adelantándose para llegar antes a los juguetes nuevos.
Cuando el anciano se aseguró que todos los niños habían salido salvos de la casa, se sentó y suspiro con gran alivio. Pero los niños inmediatamente se pusieron a reclamar y exigir los juguetes que les había prometido. El anciano amaba muchísimo a todos sus hijos y quería darles todo lo que sus corazones deseasen. Y además era, afortunadamente, extremadamente rico; su riqueza era de hecho infinita, así que podía darles lo mejor de todo. Por lo tanto, en vez de darles las carrozas de tipos diferentes que les había prometido, les dio a cada uno una carroza magnífica y tirada por un novillo, una carroza mayor y mejor que la que jamás hubiesen podido imaginar. 
No fue engañoso de su parte prometerles una cosa y darles otra, ya que su motivación era el deseo por el bienestar y la seguridad de sus hijos.
Esta es la parábola de la casa incendiada. En cierto sentido, no es necesario añadir nada, ya que la parábola habla directamente en su propio lenguaje simbólico. Simplemente quiere decir lo que dice, y debemos dejar que su significado nos penetre. No obstante, puede ser útil recapacitar sobre los acontecimientos en el cuento y ver que significado tienen para uno mismo.
El anciano es, por supuesto, el Buda, el Iluminado, y la mansión en la que vive es el mundo, pero no sólo la Tierra, sino todo el universo, toda la existencia condicionada, todos los mundos. La mansión, o el universo, está habitado por muchos seres, no sólo seres humanos; según el budismo hay en él seres memos desarrollados que los humanos y más desarrollados también. Del mismo modo que la casa está vieja y desmoronada, el universo está sujeto a todo tipo de imperfecciones. Para empezar, es transitorio y está siempre cambiando; no podemos permanecer mucho tiempo en él, así que es más como un hotel que como una casa. Tiene esta mansión fantasmas en los rincones, lo que sugiere que nuestro mundo está embrujado. ¿Pero qué es lo que lo embruja? Es el pasado. Nos complace pensar que vivimos en el presente, pero lo más frecuente es estar rodeados de los fantasmas del pasado. Quizá pensamos que en nuestra experiencia consiste de seres y situaciones que vivimos objetivamente, pero con frecuencia no son
otra cosa que las proyecciones de nuestro subconsciente; los fantasmas del pasado que llevamos a todas partes con nosotros.
En la parábola, la mansión se incendia en un momento determinado, pero en realidad la mansión que es el universo está constantemente en llamas. El empleo del símbolo del fuego es muy frecuente en el budismo, así como lo es también en la religión india en general.
 (Sutra del Loto Blanco www.librosbudistas.com)

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