jueves, 30 de septiembre de 2010

El Éxtasis de la alondra.


De la familia de los aláudidos, la alondra conoce un momento singular que los ornitólogos denominan de acecho, los poetas de éxtasis y los campesinos de alegría. Con un aleteo intenso y recto sube hasta alcanzar una altura de siete o diez metros y desde allí, flotando, casi sin mover otra cosa que las rápidas alas, mira hacia la tierra cuyo color viste con el orgullo de quien vence, periódicamente, su ley de gravedad. Para los ornitólogos ésa es la manera que la alondra tiene de escrutar los límites de su territorio; para el campesino, el modo en que observa y vigila la pequeñez de sus huevos, y para los poetas, para los poetas la alondra estiliza en ese hábito el lapso entre la comprensión de lo que pesa y la visión de lo que levita. Es por eso que los sufíes españoles dicen de ella que es el ave de taraqqi, el signo de la elevación. Ibn al-Habib de Málaga, que vivió en el siglo XI y cegaba jilgueros para ganarse la vida, constructor de jaulas de mimbre, cazador de niño y poeta tardío, escribió:

Si buscas el éxtasis olvida el miedo,
Olvida tu peso y tu medida,
deja de lado tu nombre y tu historia.
Vete al campo a estudiar a la alondra
  y contémplala hasta que tus párpados copien
el batir de sus pequeñas alas.
Si buscas el éxtasis no quieras regresar después
  a la situación de antes de buscarlo.

Se dice que él mismo salía con frecuencia a los prados para ver a la alondra y que, tendido cara al cielo, entre las hierbas, seguía con la mirada su vuelo ondulante y con los oídos la canción que fluía en círculos. Tardó muchos años en comprender que su melodía se hacía tanto más hermosa cuando el ave volvía a la tierra, y que, en su imperiosa caída vertical, en su viaje a pique al corazón de la retama o el follaje de la zarza, engañaba al suelo con un silencio de alas plegadas haciéndole imaginar un choque que jamás ocurría, pues a pocos palmos de las matas frenaba su descenso con una contradanza y un giro, un izamiento de la cola y un leve erizamiento de su cresta. Como jamás regresa al punto del que partiera su vuelo, los ornitólogos sospechan que de ese modo la alondra distrae a sus predadores; los campesinos que juega a disimular su placer y los poetas, los poetas como Ibn al-Habib, que así es el éxtasis. Suspensión en el vacío, devoción al viento, ojos que vuelven de un aleteo que ya no es.

Mario Satz
 
Gracias Mario

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