Hola
amigas y amigos hermanados en esta fuente de energía viva y
fructífera conocida como Reiki.
Tengo el privilegio de ser una
de las primeras alumnas de Meli y, además amiga personal. Ella me
“acoge” con su preciosa y cálida luz violeta cada vez que los
avatares de mi existencia se me descontrolan y mi espíritu va a su
“casa” buscando reconfortarse. Sé lo enormemente intuitiva que
es y el gran cariño que ha depositado en la construcción de este
blog; también sé de su humanidad y del sincero compromiso que ha
adquirido de servicio a los que sufren. Por eso, y por muchas cosas
más, y porque quiero cumplir con mi compromiso hacia ella de haceros
partícipe de alguna de mi experiencia con el Reiki, es por lo que,
con su permiso me dirijo a vosotros.
En primer lugar tengo que
confesaros que soy reikista de nivel I desde hace algún tiempo
(debéis saber que en la Escuela de Meli lo que menos importa es el
tiempo y la adquisición de “niveles”, ella necesita estar
segura y pausa nuestra iniciación y la administra conforme a una
sabiduría que yo definiría como Inmanente); no obstante, lo
beneficios que me ha aportado han sido de tal calibre que mi vida ha
dado un giro radical: estaba hundida en la arena y cabeza abajo y
ahora, no sólo respiro aire libre, sino que además “brillo” .
Este fue el principio, a partir de ahí he tenido otras muchas
experiencias, pero la que mejor puede ayudar a comprender la
trascendencia de la Teoría de los Recuerdos de Meli es ésta:
Soy
la más pequeña y la niña de un reducido núcleo familiar compuesto
por mis abuelos maternos; mi padre (un marinero que estaba más
tiempo en la mar que en casa), mi madre y mi hermano, mayor que yo
cerca de seis años; mi tío (hermano de mi madre), mi tía y mi
primo; todos conviviendo bajo el mismo techo.
Expongo estos antecedentes para
que se vean más claramente mis hechos.
Pues bien, yo siempre tuve unos
enormes celos de mi hermano, pensaba que como era el primero de todos
(el primer nieto, el primer hijo y el primer sobrino), y además era
un niño muy meloso, obediente y listo, pues todos lo querían mucho
más que a mí que era “un rabo de lagartija” (como me decía mi
abuela); este sentimiento a medida que fui creciendo lo fui obviando,
pero de vez en cuando hacía acto de presencia y eso me hacía
alejarme de él y de mi familia (sobre todo de mi madre). Mi padre
siempre decía que a él le hubiera gustado haber tenido muchos hijos
(como es normal en la mayoría de las familias de los marineros) y mi
madre, de alguna manera sentía ese peso en su corazón y en su
vientre (tuvo que ser operada de un mioma con apenas cuarenta años);
este hecho se me había pasado por alto durante toda mi vida hasta
que un día, haciéndome autoreiki (como me había mandado mi
Maestra) sentí mi
nacimiento.
Presencié y, como quiera que fuera que estuviera en la habitación
de mis padres, me vi nacer y fui consciente del enorme revuelo que
causó mi llegada en aquella casa: ¡Una niña! ¡Y después de casi
seis años buscándola!. Mi abuela gritaba ¡Migué, Migué!
(llamando a mi padre) ¡Una niña!¡Es una niña!; todos se
apresuraban a cogerme entre sus brazos: mi padre, mi abuelo, mi
abuela, mis tíos ¡hasta mi hermano!; todos me miraban sonrientes y
emocionados diciendo ¡una niña y que linda es!, me sentí tan
querida, tan deseada. Una enorme oleada de amor encendió mi corazón
y su luz alumbró aquellos episodios escondidos y ennegrecidos por
los años de rencor. Busqué el álbum de fotos y allí en sus
páginas descubrí “otra” verdad: mi hermano (mi Chaché, como lo
llamaba porque no sabía decirle Migué) me cogía de la mano
cariñosamente, él siempre había estado conmigo protegiéndome y
cuidándome; él siempre me había visto como algo especial, como su
Chica ¡Con la de veces que me había enfadado con él diciéndole
que yo no era “Chica”!
Hoy siento, sé, que esa oleada
de energía renovada ha limpiado parte de ese atavismo malsano en el
que nos sumergen los “yo pensaba, yo creía, yo me figuraba…”,
depurando no sólo mi pasado, sino que tal vez ha trascendido más
allá y, en la línea sucesoria familiar ha adquirido nuevos matices.
Gracias mi querida Maestra por este maravilloso Don con el que me ha
dotado. Un beso a todas y a todos.